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VAMOS A LA OBRA
HISTORIAS DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL de Mario Ortega Olivares *¿Sabes qué ocurrió el 26 de julio de 1968 Reseña de Carlos Guillén Soriano,Secretario de Prensa del Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear y colaborador voluntario de Frecuencia Laboral, Publicación Original del Portal www.frecuencialaboral.com Mucho se ha escrito sobre el movimiento estudiantil popular de 1968. Desde narraciones de sus protagonistas recogidas por periodistas y escritores, hasta libros en los que dirigentes del movimiento o estudiosos del tema, estudian aspectos específicos y plantean sus análisis sobre los mismos, pasando por textos destinados a denostar al movimiento. Con todo, existen temas y protagonistas poco estudiados, como la participación de los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN). A cubrir este vacío está dedicada en buena medida la obra de Mario Ortega Olivares: Historias del Movimiento Estudiantil, publicada bajo el auspicio de la Universidad Autónoma Metropolitana en su primera edición con motivo del 30 aniversario del movimiento. No es un tratado teórico sobre las jornadas de julio a diciembre de 1968 ni de una cronología de lo ocurrido. Es una suma de experiencias de dirigentes con militancia política previa a 1968, estudiantes que prácticamente de un día para otro pasaron de la indignación a ser representantes de su escuela en un movimiento que rápidamente creció y aun de jóvenes que no llegaron a ser dirigentes, pero desde las brigadas, desde las asambleas y desde las guardias, fueron la base del más grande movimiento juvenil en muchas décadas en nuestro país. Capítulo tras capítulo, el libro nos muestra una sociedad descontenta y una juventud rebelde, que desde inicios de esa década daban muestras de buscar cambios en muchos aspectos. Desde años atrás, se produjeron una serie de movimientos, como el ferrocarrilero, el médico o el magisterial, en demanda de mejores condiciones de vida y de trabajo, por su derecho a la organización y contra el autoritarismo de un sistema político que coartaba la libre expresión. Entre los estudiantes, también hubo importantes movimientos, como el de la Universida Nacional Autonoma de Mexico (UNAM) contra el rector de esa casa de estudios, la huelga en el IPN en solidaridad con la Escuela de Agricultura Hermanos Escobar de Saltillo o el movimiento en la Universidad Michoacana, ocurridos en 1966 y 1967. El 26 de julio de 1968, entonces, no sólo coincidieron la marcha organizada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos contra la represión a la comunidad de la Vocacional 5 y la convocada por el Partido Comunista en solidaridad con la Revolución Cubana de la Ciudadela al Casco de Santo Tomás la primera y del Salto del Agua al Hemiciclo a Juárez la segunda. Ese día –y desde los días 23 y 24- lo que ocurrió fue una chispa que incendió un ambiente plagado de descontento y rebeldía, de indignación acumulada y de hastío del autoritarismo imperante. Vemos también que había muy distintas fuerzas actuantes en las escuelas, desde la priista Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, que controlaba a la mayoría de sociedades de alumnos de las escuelas politécnicas, hasta los grupos de izquierda, del Partido Comunista o de corrientes espartaquistas, maoístas o troskistas. Una organización estudiantil con cierta influencia, era la Central Nacional de Estudiantes Democráticos, ligada al Partido Comunista. Otro elemento que llama la atención es el origen de muchos de los estudiantes. A diferencia de otras instituciones, en el IPN había una mayor cantidad de hijos de obreros y campesinos; también los había de familias del magisterio. Alguno de los protagonistas cuenta que siendo pequeño, su madre lo llevó alguna vez al IPN diciéndole que ahí estudiaban los hijos de los trabajadores. No fue casualidad que Judith Reyes, que pasó de cantante vernácula a cronista musical de las luchas populares, cantara “de combativa clase, obrera y campesina, del pueblo entraña viva, soy politécnico”. La vieja rivalidad entre politécnicos y universitarios, era más un interés del poder que una realidad entre los estudiantes. Alguno de los protagonistas nos cuenta que siendo estudiantes de la Vocacional 1, en la Colonia Morelos, tenía entre sus amigos de barrio a estudiantes preparatorianos y ello lo llevó a participar desde el inicio en el movimiento, aun antes de que su escuela se incorporara. La huelga se declaró ante la agresión contra los estudiantes de la vocacional 5 y de las preparatorias del barrio universitario, sin distinción de institución. Generalmente cuando se habla del 68, se hace referencia al 2 de octubre. En realidad el movimiento fue mucho más que eso. El movimiento tuvo un gran apoyo de la población, gracias al trabajo de las brigadas. Después de asambleas, salían a volantear a los mercados, a las plazas públicas, a los cines, a los teatros. Con discursos –muy concretitos, en el caso de los estudiantes politécnicos- y con cientos de miles de volantes elaborados en viejos mimeógrafos, con pintas en calles y camiones, se ganó el apoyo popular y se derrotó a la prensa, radio y televisión, que estaban a favor del gobierno y llenaban de ataques al movimiento. El libro incluye pasajes poco conocidos de la represión, como los ataques a la Vocacional 7, que estaba en Tlatelolco y fue defendida no sólo por los estudiantes, sino por los vecinos de esa unidad habitacional o –como los menciona Judith Reyes- los combates del politécnico. Estos ocurrieron el 22 y 23 de septiembre, cuando ante la incapacidad de los granaderos para tomar las unidades del Casco de Santo Tomás y Zacatenco, el ejército debió ocuparlas, prácticamente salón por salón, en el caso del Casco. Cinco días antes había sido ocupada Ciudad Universitaria con saldo de numerosos detenidos. Un hecho desconocido es que el saldo de la toma del Casco de Santo Tomás fue de muchas muertes, aún no contabilizadas. También se presentan historias posteriores al auge del movimiento. Desde cómo se decidió levantar la huelga y disolver al Consejo Nacional de Huelga, la determinación de algunos estudiantes por continuar su participación, lo que en algún caso llevó a que sus padres les pidieran escoger entre la participación o dejar el hogar familiar o los intentos de recuperación del movimiento. Con los principales dirigentes en la cárcel o escondidos, cada intento de salir a la calle se encontraba con el ejército para impedirlo. No fue sino hasta 1971, ya con inicios de la insurgencia obrera, que el movimiento de la Universidad de Nuevo León, permitió al Comité Coordinador de Comités de Lucha (heredero del Consejo Nacional de Huelga) convocar a una nueva marcha: la manifestación del 10 de junio, el Jueves de Corpus. ¿Qué pasó después? Algunos de los relatos lo mencionan. Muchos se fueron a las fábricas, al movimiento urbano o al campesino. Hay quienes siguen aún hoy en el sindicalismo. Hubo quienes optaron por el camino de las armas. Otros, terminaron en las estructuras partidarias, que pasaron de la semiclandestinidad de aquellos años, a la búsqueda de cargos políticos como modo de vida que siguió a la reforma política. Lo cierto es que no se puede entender el México de hoy, sin estudiar esas historias del movimiento estudiantil. |
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Año 12. No. 656. del 22 AL 29 de julio 2018 | Premio de Comunicación Alternativa |